
Karen Cancinos
Sobre los machos alfa (2): John Kreese
Les contaba en el pasado post de mi entusiasmo con Cobra Kai, la serie televisiva basada en la saga ochentera del Karate Kid, que gira en torno a las historias de Daniel Larusso, Johnny Lawrence y John Kreese. Aunque en las películas el protagonista indiscutible fue Daniel Larusso —Danielsan—, junto con su querido sensei, el señor Miyagi, en Cobra Kai, la serie, el rol estelar recae más bien en Johnny Lawrence.
Quien haya visto la saga fìlmica recordará que Johnny solo aparece en la primera película, y muy brevemente en apenas una escena de la segunda. Era el rubiecito que lideraba la pandilla que le hacía bullying a Danielsan. Él y sus amigos lo perseguían con sus motocicletas, y lo apalearon más de una vez. Recuerdo que Johnny a mí me desagradaba por pendenciero. El crush que tenía era por supuesto con Danielsan. Pero mi amiga Evelyn estaba fascinada con Johnny. No sé qué le ves a ese patán, le decía. ¡Es tan maaaaaacho!, replicaba ella. Yo ponía los ojos en blanco al oírla decir eso.
Porque Johnny era un «macho», sí, pero en el peor sentido de la palabra: perdonavidas, bravuconcito y burlón. El tipo de macho que en la práctica constituye el alter ego de la feminista malquerida, esa mujer que rinde culto a la fealdad en su persona, sus modales y sus manifestaciones en manada.
Volvamos a Cobra Kai. Al ver la serie, he entendido cómo se originó la matonería de Johnny Lawrence. Porque un chico así de agresivo y peleón no surge como por ensalmo. Siempre una historia de profundas heridas se esconde tras la fachada que al mundo presenta un revoltoso, o una revoltosa, que para el caso es lo mismo. Los entresijos de la historia particular de Johnny, de los que me ocuparé en el articulo respectivo, causaron estragos interiores en él. Pero hubo algo más que lo dañó gravamente. Más bien alguien. Lo peor es que se trataba de alguien que debía ayudarle, no perjudicarle.
Sí, hablamos de John Kreese, el antiguo sensei del dojo Cobra Kai.
Recordarán que en su dojo enseñaba lo que llamaba «el camino del puño», resumido en el lema «Pega primero, pega duro, sin piedad». Se acordarán también de su frase favorita: «¡Acábalo!», y de su mordacidad cuando preguntaba a un estudiante: «¿Tienes algún problema con eso?», si el chico ponía reparos para pegar a un adversario caído al suelo, o golpearlo en un área que ya tenía lastimada. Tendrán presente también la arenga que Kreese les soltaba a sus Cobra Kai en cada clase:
—El miedo no existe en este dojo, ¿o sí?
—¡No, sensei!
—El dolor no existe en este dojo, ¿o sí?
—¡No, sensei!
—La derrota no existe en este dojo, ¿o sí?
—¡No, sensei!:
—¿Qué estudiamos aquí?
—¡El camino del puño, señor!
—¿Cuál es ese camino?
—¡Pega primero, pega duro, sin piedad!
—¡No los escucho!
—¡PEGA PRIMERO, PEGA DURO, SIN PIEDAD!
Los Cobra Kai se pavonearían en sus motos y exhibirían bravuconería, pero no eran delincuentes ni carecían de juicio ético. John Kreese, en cambio, había decidido anestesiar su compás moral y por ello le faltaba algo fundamental en cualquier persona decente, pero especialmente en un maestro: sentido de la competencia honrada. De ahí que su «enseñanza» fuese que el competidor en el tatami —el cuadrilátero en un torneo de karate— no era un adversario a quien honrar, sino un «enemigo» al cual aniquilar.
Dicen que la receta para una vejez miserable y solitaria, consiste en irrespetar a los hijos durante su infancia y adolescencia. John Kreese no tuvo hijos, pero sí alumnos, y para algunos de ellos, al menos para Johnny Lawrence, fue una figura paterna. Su pasmosa falta de respeto por los jóvenes que pasaron por su dojo le pasó la factura, según se ve en la serie. Está más ajado, cosa natural pues los años han pasado por todos, pero él, aunque se conserva en buena forma, ha envejecido particularmente mal. Sus rasgos más característicos son la expresión de mezquindad de su mirada dura, y un rostro que nunca sonríe, a menos que sea con sarcasmo.
